A 45 años de que el hombre haya pisado la luna (o al menos es eso lo que nos han dicho), el ser humano parece ser el mismo niño que soñaba con tocar las estrellas en los años 60. Todo lo que hemos evolucionado desde entonces ha sido para simplificarnos la vida y conectarnos mejor, pero no para superarnos como especie. Aún estamos muy lejos de convertirnos en el famoso superhombre con el que soñamos desde 1885.

En su libro "Si el sol muere", Oriana Fallaci cuenta la historia de cómo ella se involucró como periodista en la misión Apolo 11 que llevó a Armstrong y Aldrin a la luna. A lo largo de este libro podemos leer los comentarios de su padre, un toscano conservador, que pregunta "A che serve andare sulla luna" (léase agitando la mano con las yemas de los dedos juntos apuntando hacia arriba), y tiene razón; ¿De qué sirve ir a la luna? ¿No tenemos suficientes problemas aquí abajo? ¿No deberíamos aprender primero a vivir aquí abajo antes de pensar en conquistar otro planeta? ¿Qué hemos aprendido de la historia de las colonizaciones? ¿Será que los humanos preferimos voltear la mirada hacia afuera porque ya no somos capaces de mirar las desgracias que tenemos en este paraíso?
Pues Neil Armstrog dio su pequeño paso hacia la muerte sin poder presenciar una colonia humana fuera de nuestro planeta, y seguramente Buzz Aldrin también lo hará; sin embargo es muy probable que a muchos de nosotros nos toque presenciar el famoso y bizzarro reallity que la fundación Mars One está planeando para 2025 (Holadeses tenían que ser). El caso es que, mientras los 2 gigantes de la aeronáutica gastan millones en su juego para llegar a Marte, aún vivimos en un mundo donde la educación es para muchos un lujo y las necesidades básicas como agua, alimento y vivienda parecen más inalcanzables que Marte para una gran parte de la población. Es habla mucho de nuestra especie.
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