Se miraba al espejo cada mañana, lamentando ser lo que era;
por supuesto, no le gustaba lo que veía. Desayunaba lo primero que encontraba,
que siempre era una caja de cereal en forma de aritos de colores. Encendía la
televisión para observar la novedades en las noticias: "De ahí se sacan
buenas ideas" decía. Tomaba una ducha fría, fría porque así es como su pensamiento
debía conservarse a lo largo del día.
Saliendo los miraba a todos con indiferencia. No tenía vínculos con nadie en especial, ni siquiera con sí misma. Se detenía unos momentos a contemplar el río Guadiana y al cruzar el puente llegaba a una sucia tienda abandonada que llamaba "la oficina", igual de deprimente que su oficio, donde
lo esperaba su temido amo.
-"¿Qué novedades hay?"
- "Ninguna" respondía, "Enciende las noticias
y lo sabrás"
- "Lo sé, nunca fallas".
El amo le mostraba una foto nueva, tantos rostros conocía
que le sorprendía el ingenio de dios. Era una stalker muy efectiva, con pocas referencias encontraba a su víctima y ganaba su confianza. Le gustaba conocerlos, hacer amistad; de esta forma lo
hacía más perverso y a ella le gustaba así. Esta vez le invitó un te, vio algo especial en él y se
esperó... lo pensó y decidió conocerlo más. Por supuesto lo citó al siguiente
día para una charla igual de amena y ahora sí, poder proceder. Llegó a casa y
por primera vez en muchos meses, no sintió el arrepentimiento habitual de cada
noche.
Al siguiente día se repite la rutina, con la variante de que
se siente en paz, libre, tal vez enamorada. Por primera vez sonríe a la gente a
su alrededor, escucha a las aves, se siente nuevamente una chica. No puede
esperar a que llegue la tarde, sin embargo debe inventar una excusa para el
amo. Antes de poder hablar, el amo le da su siguiente encargo, pero esta vez el
rostro en la foto es un rostro conocido: es el de ella misma.
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